UN DÍA DE UN ADOLESCENTE CON DIABETES
Ya hace años que se está investigando y se dice que pronto
llegará la cura definitiva para la diabetes tipo I, la insulinodependiente.
También de cada vez hay más incidencia en la población y las personas debutan
con la enfermedad a una edad muy temprana.
Mi hija debutó hace siete años, a la edad precisamente de
siete años.
Los avances en los últimos años han sido muy importantes,
porque se ha pasado de las inyecciones con viales de insulina a unas plumas muy
cómodas y discretas y las microinfusoras (o más conocidas como bombas de
insulina) y medidores de glucosa que te ayudan y orientan con las raciones de
carbohidratos e insulina.
En principio parece que la enfermedad al ser muy conocida e
investigada, no tiene que dar muchos problemas y que con una dieta adecuada,
ejercicio y dosis de insulina adecuada está todo controlado, pero lo cierto es
que no es así de fácil y menos en un adolescente.
Hay muchos factores que hacen variar los índices glucémicos
en una persona: cambios de humor, cambios hormonales, infecciones, clima,
digestión de alimentos… todo esto es muy difícil de calcular.
Precisamente si algo bueno tiene la diabetes, siendo
positivos, es que de calcular saben bastante, ya que estos jóvenes se someten a
un examen contínuo durante el día y se pasan el día “calculando”. Para que lo
entiendan voy a poner de ejemplo un día de estos jóvenes.
A las siete de la mañana de un día de instituto se levanta y
hay que hacer un control glucémico. En función del número que sale en la
pantalla, tiene que calcular la ración de hidratos de carbono que va a ingerir
para desayunar, pensar la actividad física que va a realizar durante la mañana
(si tiene educación física o no), y calcular la cantidad de insulina que se
tiene que administrar.
Después de arreglarse y desayunar, preparar los hidratos de
carbono que se va a llevar para el patio, mirar si en la mochila tiene el
medidor de glucosa, tiras reactivas, algo de hidratos rápidos por si tiene una
bajada (azúcar, zumo) y algo de hidratos lentos por si los necesita después de
la bajada (galletas, pan).
A las dos horas debería hacerse otro control para ver si la
insulina que se ha puesto al levantarse ha sido suficiente o no y corregir,
pero a veces le coincide con una clase o se olvida por la edad y espera a la
hora del patio. A esa hora debe mirarse otra vez y volver a calcular, en
función de lo que le dé la máquina, la misma operación: cuántos hidratos de
carbono, actividad, insulina necesaria y a comer.
Acaban las clases y llega la hora de comer. Otro control. La
misma operación.
A las dos horas, de nuevo otro control…
A la hora de la merienda de la tarde, la misma operación de
cálculo de raciones e insulina para poder merendar.
A la hora de cenar, lo mismo…
Antes de ir a dormir, volver a repetir control y pensar en
la actividad que ha hecho durante el día porque cuando el cuerpo descansa,
suele “quemar” todo lo que se ha hecho durante el día, así que hay que decidir
si se toma un resopón o no.
Entre las 2 y las 3 de la madrugada conviene realizar un
control glucémico, ya que la durante la noche puede producirse una bajada de
azúcar importante y puede ser peligroso, así que los padres normalmente nos
levantamos, hacemos el control y cruzamos los dedos para que esté bien, ya que
si está bajo hay que despertarle para darle de comer y sienta fatal para los
dos, y si está alto hay que pincharle y también supone despertarle, ya que
recibir un pinchazo de dormido no tiene que ser muy agradable…
Esta vez toca calcular a los padres y decidir si hay que
volver a pinchar a las dos horas o podemos seguir durmiendo hasta las siete.
Todo esto, si el día va bien, porque en tiempo de exámenes,
estrés, enfermedad común, todo cambia y hay que hacer muchos más controles.
Llega el temido fin de semana, el adolescente quiere dormir
algo más, cambiar las rutinas estrictas y salir a cenar con los amigos. Esto
supone un descontrol en las glucemias y previsiones… pero hay que intentar
mantener los niveles de azúcar dentro de la normalidad.
Los amigos quieren comer pizzas, hamburguesas, comida
rápida, y eso es lo peor para una persona con diabetes, ya que es verdad que se
puede comer de todo, la diabetes es una enfermedad silenciosa donde los síntomas
no causan un dolor físico, pero tanto las subidas como las bajadas dejan su
huella en las arterias y riñones que se acumulan y a la larga son muy dañinas.
El problema con la comida grasa es que la insulina no la
quema, únicamente puede contrarrestar los hidratos de carbono, así que los
controles glucémicos inmediatos (los de después de comer) puede que salgan
medianamente bien, pero durante las horas siguientes, pueden ser muy altos y
difíciles de controlar con la insulina.
El joven insulinodependiente lo sabe, y puede que algunos
días intente negociar con sus amigos de ir a algún sitio donde él pueda comer
un trozo de carne a la plancha con ensalada o verduras o incluso un bocadillo
vegetal que le sienta mejor que una pizza o una hamburguesa, pero llega un
momento que se cansa de que no le entiendan, deja de insistir y acaba cediendo
a ir con el grupo que es lo que le apetece realmente.
Día tras día, año tras año, aprendiendo a calcular sus
hidratos de carbono, sus glucemias, conociendo su reacción a ciertos alimentos
y anticipándose a sus posibles cambios debidos a un estrés.
Estos jóvenes son auténticos héroes para mí, cada pinchazo
que se dan durante el día, supone para
sus padres una punzada de impotencia. Pedimos investigación, curación para
nuestros hijos. Nos apoyamos en las asociaciones donde nos dan información
adecuada y nos informan de las novedades, sobre nutrición, cosas que debemos
saber; nuestros endocrinos, otros padres que pasan por lo mismo…
Mientras tanto les acompañamos día a día y aprendemos con
ellos muchísimo sobre nutrición, superación, a vivir la vida plenamente.
Gracias jóvenes guerreros dulces por ser tan especiales.
Palma
de Mallorca, 2 de marzo de 2015
Iliana
Capllonch Cerdà
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