UN DÍA EN UNA PLANTA PEDIÁTRICA DE HOSPITAL


Son las siete de la mañana, empieza la actividad diaria de la planta.

Se abre la puerta de la habitación, le ponen la mediación a mi hija, se cierra la puerta. Entran otra vez, le miran la temperatura. La enfermera y la auxiliar nos saludan amigablemente.

Oímos las voces de las enfermeras que acaban el turno y explican la situación de cada paciente a las enfermeras que se incorporan. Hay buen ambiente, se siente el compañerismo que existe entre ellos, la responsabilidad de lo que hacen, tratan a muchos niños con enfermedades distintas y son los responsables de aplicar correctamente los tratamientos.
Son las ocho y media y nos traen el desayuno de mi hija. La auxiliar entra con una sonrisa y nos da los buenos días.

Son las nueve, está a punto de llegar el traumatólogo con sus residentes. Nos hemos arreglado un poco y esperamos a ver qué nos dice sobre la evolución de la herida. Entran saludando, dirigiéndose a mi hija por su nombre cariñosamente y le preguntan cómo está, cómo se encuentra, si tiene dolor, si tiene alguna pregunta que hacer y automáticamente proceden a la cura de su herida con mucho tacto y gran profesionalidad. Le explican a mi hija cómo va la evolución y lo que tienen previsto hacer, y la escuchan atentamente cuando ella quiere comentarles algo.

Cuando se marchan nos duchamos y acompaño a mi hija al aula hospitalaria donde dos profesoras están esperando y atendiendo a los otros niños que ya han llegado antes. Niños que también están ingresados, de todas las edades, que están haciendo tareas diversas en función de su edad y de lo que les toca hacer en sus colegios.

Aprovecho que mi hija está en el colegio para ir a la cafetería a desayunar. En el camino me voy encontrando personas que conozco, pediatras especialistas que llevan a una de mis hijas, celadores, enfermeras, auxiliares, otros padres, y todos preocupados por lo mismo: la salud de nuestros pequeños, y estás tranquilo dentro de lo que te preocupa estar en el hospital, porque sabes que lo que más quieres en este mundo está en muy buenas manos.
Voy a la cafetería y el personal vuelve a ser muy amable, con la cantidad de personas que pasan en un día, se suelen fijar en lo que has pedido otros días y ya casi no tienes que pedirlo.
Doy una vuelta por el exterior del hospital para estirar las piernas y respirar un poco y vuelvo a la habitación que ya han limpiado. Cojo un libro o el ordenador e intento entretenerme.
A las 12:45 hrs voy a buscar a mi hija al aula y regresamos a la habitación. Le traen la comida, hablamos un poco, come y descansa un poco. Cuando puedo vuelvo a ir a la cafetería a coger algo para tomar con mi hija o quedo allí, en función de cómo está ella.
A las 14:30 hrs volvemos a oír el cambio de turno, las enfermeras vuelven a pasar el parte a las que se incorporan, están el tiempo necesario para hablar de cada uno de los pacientes de la planta, y la nueva persona viene a vernos y vuelve a poner la medicación a mi hija. Nos pregunta qué tal, si todo va bien, si necesita algo, cómo le ha ido la mañana…
A las 16:00 hrs llegan mi hija pequeña y mi marido para ver a Claudia, me voy un rato a casa, la peque a veces viene conmigo y a veces se queda a hacer los deberes con su hermana. Aprovecho para salir un poco del hospital y hacer algo en casa, ya que la vida sigue su curso y las tareas hay que hacerlas.
Cuando puedo regreso al hospital, porque quiero coincidir con mi hija pequeña y con mi marido, ya que no todos los días pueden venir. Estamos los cuatro, damos una vuelta por los pasillos y llega la hora de irse ellos y nosotras ir a la habitación.
Son las 20:00 hrs: toca control de tensión, temperatura, glucemia y cena. Todas las personas que se encargan de hacer su tarea, sean auxiliares o enfermeras, ya nos tratan por nuestros nombres y nos regalan un poquito de su amabilidad y tiempo.

Mi hija cena y yo vuelvo a la cafetería a buscar algo o como estoy cansada, como fruta que tengo en la habitación. Leemos, vemos la tele y decidimos esperar a que vengan a ponerle la medicación endovenosa a mi hija para no despertarnos en cuanto cogemos el sueño.

Son las doce de la noche y toca la última dosis del día. Estamos agotadas y caemos dormidas.

A las 2:00 hrs de la mañana suena mi despertador para mirar la glucemia de mi hija (por su diabetes), si está bien me vuelvo a dormir y si el control es bajo me acerco a control de enfermería y ya me dan el zumo y las galletas para dárselo a mi hija. A veces me cuesta conciliar de nuevo el sueño y escucho cómo siguen trabajando las enfermeras y auxiliares yendo de habitación en habitación en función de las necesidades de los pacientes. Ves que trabajan durante las 24 horas, no hay descanso en un hospital.

Llega el fin de semana y todo cambia, excepto la actividad de las enfermeras, auxiliares y pediatras, que nos acompañan y atienden las 24 horas en cuanto lo necesitamos. Cambian las rutinas porque no hay aula, al no haber consultas hay menos movimiento e incluso las cafeterías y tiendas tienen menos actividad.

Pero la gran suerte es que las personas que cuidan de nosotros, a pesar de la carga que tienen, nos sonríen, nos hablan, nos cuidan y hacen lo posible para que volvamos pronto a casa y a nuestra rutina.

Un hospital está en funcionamiento 365 días al año, 24 horas diarias con lo cual SIEMPRE hay pediatras, enfermeras, auxiliares, celadores, sea festivo o no, haga frío o haga calor, son personas estupendas que creen en lo que hacen, que se forman continuamente para que nuestra sociedad esté sana. Quiero desde aquí reconocer su gran labor y darles las GRACIAS por cuidarnos tanto y ser tan profesionales y humanos. A todo el personal de Pediatría del Hospital Son Espases de Mallorca.
                              
                                                               Palma de Mallorca, 23 de febrero de 2015
                                                               Iliana Capllonch Cerdà


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