RETROSPECTIVA DE UNA DÉCADA
Hace diez años, justo en esta época, decidí plasmar mis sentimientos en un
papel y compartirlos con la Federación Española de Enfermedades Raras (FEDER). Era
la primera vez que escribía, lo compartía públicamente y encima algo muy íntimo
como eran mis vivencias a partir del debut de las enfermedades crónicas de mis
hijas pequeñas.
Al cabo de unos meses, María Tomé y Claudia Delgado, responsable de
comunicación y directora de FEDER respectivamente, me invitaron a leer mi texto
en el Senado, para representar la voz de
miles de familias que se encontraban en una situación similar a la mía, ante la
que actualmente es la Reina de España, Doña Letizia Ortiz, y diferentes
autoridades y familias. Ese día lo recuerdo perfectamente, lo relataría con
todo lujo de detalles, minuto a minuto desde que me levanté hasta que me
acosté, acompañada por mi madre en todo momento, porque supuso un antes y un
después en muchos aspectos de mi vida. En esos momentos me encontraba
absolutamente rota, necesitaba gritar a los cuatro vientos que necesitaba ayuda
para mi hija y quizás el hacerlo y compartirlo entre las familias que pasaban
por lo mismo que yo, me dio más fuerza para seguir luchando. Estaré eternamente
agradecida a María y a Claudia por haber creído en mí y haberme dado la fuerza
necesaria para dar ese paso, al igual que a los medios de
comunicación que dieron visibilidad a los acontecimientos anteriores y
posteriores a ese día.
Los medios de comunicación hicieron eco de mi pregunta sincera ante el
numeroso público que tenía: “¿Podemos
tener esperanza?”, a lo que en aquel entonces la Princesa de Asturias
respondió que haría lo posible para que “nadie tuviera que preguntar jamás si
podía tener esperanza para sus seres queridos”.
Al salir de aquel acto del Senado, me llevé una agenda llena de nuevos
contactos de personas que ya forman parte de mi vida, formalicé una asociación
de pacientes en Baleares, posteriormente formé parte de la directiva de FEDER y
he sido ponente y organizadora de numerosas jornadas y congresos en Baleares,
Murcia, Almería, Burgos, Valencia, aparte de colaborar con mi primer escrito en
el libro “Enfermedades Raras, Manual de Humanidad”, he escrito un libro con mi
familia: “Podemos tener esperanza” y colaborado en el documental del Dr.
Antonio Bañón “El Laberinto de las enfermedades raras”, entre muchos otros
proyectos.
A nivel personal las enfermedades de mis hijas nos han supuesto durante
estos diez años, intervenciones muy importantes, incluso la más grave realizada
en EEUU, de las que ya apenas recuerdo fechas; nuevos tratamientos, analíticas,
controles, pero también nuevas amistades entre personas que nos han ayudado a
sobrellevar el camino, a nivel farmacológico y emocional, y estas personas son
enfermeras, médicos, personal hospitalario, que forman parte de nuestro día a
día. Juanma, Susana, Lucía, Lola, Concha, Diego, son algunos de los nombres.
A nivel burocrático he tenido multitud de trabas, para tramitar la
discapacidad de mi hija pequeña para poder ejercer sus derechos, para poder
recibir un tratamiento adecuado y sobre todo, en los colegios e institutos en
educación física (que merece un post entero) y para conciliar los horarios
escolares con las citas médicas y los trabajos nuestros lo máximo posible
(tarea más difícil y estresante de lo que parece).
Pero también he encontrado gente maravillosa en los colegios y en las
Administraciones dispuestas a aportar su granito de arena a nivel personal e
intentar ayudar lo máximo posible intentando empatizar con la familia y la
situación, personas que siguen formando parte de nuestro día a día, como
Manuela por poner un ejemplo.
También he conocido periodistas de muchos medios de comunicación, que cada
año en febrero se ponen en contacto conmigo para preguntarme sobre la campaña
del año en curso. Algunos también forman parte de mi vida. Joan, Susana.
He ayudado a muchas familias que han contactado conmigo para recibir información,
hice de la labor asociativa mi vida durante unos años, hasta que lo tuve que
dejar, aunque nunca de manera definitiva porque lo llevo escrito en el ADN, por
motivos personales y luego laborales.
He tenido muchos altibajos personales. Con el paso del tiempo me he dado
cuenta de que mi comportamiento sigue un patrón. Al tener una mala noticia de
una de mis hijas o una intervención compleja a la vista, me sale una fuerza
interior sobrehumana que me bloquea las lágrimas y el sueño y hace que resista
todo el proceso con mucha integridad y positividad que contagio a mi familia.
Aguanto, escucho, acompaño, aprendo, y cuando parece que todo vuelve a la
normalidad y las niñas vuelven a su estado natural que es su rutina de estudios
y amigos, me da un bajón de duración diversa, donde necesito soledad y dormir o
llorar sin ver a nadie. Al principio me asusté y visité a un psiquiatra porque
no quería desfallecer y no estar al lado de mis hijas en el momento que me
volvieran a necesitar, pero me dijo que era lo más normal del mundo, porque yo
era un ser “resiliente” y que me debía dejar llevar sin cronificar la
situación. Ahora sé que es normal y es un proceso que debe pasar y que en mi
familia me respetan.
Me he sentido arropada por infinidad de personas pero he sentido miedo,
mucho miedo, a no tomar las decisiones correctas, a perder a mis hijas, a su
futuro, a no estar a la altura de las circunstancias, a no saber cómo
ayudarlas, a no poder con todo el peso que llevaba a mis espaldas. Pero en esos
momentos la sonrisa de mis hijas, sus ganas de hacer cosas, mi compañero infatigable,
mi familia y amigos que he hecho por el camino con los que podía compartir
sentimientos, me han hecho reaccionar. Quizás el miedo es lo más difícil de
controlar, aprender a llevarlo como algo inherente a tu persona en la vida
diaria. Mis amigas Sonia, Paz, Silvia, madres coraje a la vez, siempre
presentes en los momentos más complicados, han sido mi mejor terapia, al igual
que otras personas como Àngels, Pilar, Gloria, Mireia, amigas que empatizan y
están siempre que las necesito.
He recibido golpes muy duros cada vez que un amigo ha perdido un ser
querido por culpa de las enfermedades poco frecuentes, como la pequeña Celia,
hija de Juan y Naca de Murcia, o David, hijo de Manuel y Lina de Barcelona, o Sofía,
hija de Jordi de Igualada, compañeros de directiva de FEDER; o de los que no
conozco personalmente pero que son conocidos de amigos míos. Estas pérdidas
dejan un gran vacío y tristeza, pero también una lección de vida cuando sigues
viendo a sus padres seguir luchando por los que todavía tienen esperanza. Mis
héroes de carne y hueso a los que gracias a las redes sociales puedo seguir,
como a muchas otras personas que me dan fuerza, como Fide de Alicante, que al
fin ha conseguido con su tesón y vitalidad, un proyecto de investigación para
su enfermedad.
También he compartido alegrías cuando Sonia de Motril me llama para decirme
que su hijo está estable y los controles han mejorado, o cuando Paz me cuenta
que su hijo no ha ingresado ninguna vez, o veo a la pequeña Neus con su sonrisa
y su andador haciendo de las suyas, o los logros de Guillem y Neus que padecen
Takayasu como mi hija y evolucionan perfectamente. O veo los tuits de Miguel de
Almería con lo que imagino que sigue al pie del cañón, después de acabar sus
estudios universitarios desde su casa a distancia gracias a las nuevas tecnologías.
Hemos sufrido otros golpes personales muy fuertes como el cáncer de mi
padre, pero de nuevo sacamos fuerzas para acompañarlo durante el proceso como
hizo él con nosotros, organizando una red de apoyo sin tener ni siquiera que
sugerirlo porque salió de cada uno de nosotros.
Creo que la mejor medicina y terapia
que hemos tenido ha sido que nunca han faltado en casa, las sonrisas, las
actividades, las conversaciones, la unión, la tolerancia, la sinceridad, la
música. Hemos procurado hacer lo que cualquier otra familia hace teniendo en
cuenta los cuidados que requieren las dos joyas de la casa, actualmente una en
la Universidad y la otra en secundaria.
Han sido 10 años complicados, pero aunque tenga fechas gravadas con fuego en
el corazón en las que parece que el mundo me cae encima, parece que tengo en
reserva los malos momentos y sólo soy capaz de recordar lo bueno, la
superación, los logros, el momento. Realmente aprendimos a vivir el momento hace justo 10 años y seguimos haciéndolo,
disfrutando cada instante y compartiéndolo, tratando de tener la máxima
información actualizada sobre las enfermedades y hacer que ello no suponga un
problema para nada. Creo que hemos conseguido esa esperanza que pedí hace 10
años ante tanta gente a la que quiero agradecer estos años de acompañamiento,
fuerza y amistad.
Para mí la esperanza tiene un nombre:
Andrea.
Palma
de Mallorca, 3 de diciembre de 2018
Iliana
Capllonch Cerdà
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